miércoles, 18 de agosto de 2010

Déjà vu

(Paola Rodríguez Angulo)


"Dime tú que eres real en mi mundo,

Cómo naces y mueres en el otro."

(R. Rosso)


Parada en medio de esa plaza, dejé de recordar todo cuanto sabía, en menos de un segundo perdí toda una vida de recuerdos mientras mi mente se abrumaba por la confusión.

De entre todo el silencio y oscuridad, salió un hombre. Antes de que siquiera abra la boca sentí algo cercano en él, me pidió que lo siga, yo no vacilé.

Me llevó a una gran casa en ruinas, al entrar a esta, miles de sonidos penetraron en mi mente, no estaba segura de si el hombre los escuchaba también, pero entendí que eran augurios de destrucción inminente.

Caminé por uno de los pasillos, sintiendo la misma sensación de conocer vagamente dónde estaba, o por lo menos un leve sentido de familiaridad, un constante Déjà vu.

Algo distrajo mis pensamientos, era un pequeño niño, parado al centro de un jardín interno, estático y sin expresión, veía fijamente a una crisálida, que en segundos se convertía en mariposa y en segundos más se ajaba y envejecía para convertirse en huevo y en crisálida nuevamente. Me acerque a él, extrañada por la imagen y un fuerte impulso de protegerlo me llenó, le dije que no tema, que estaría conmigo, el niño me miro sin expresión y acepto ser cargado en brazos.

El ruido de la habitación contigua llamó mi atención, y como si fuese llevada por la gravedad, me acerqué a la habitación de la que procedía el sonido.

Era una discusión, me acerque un poco más, vi a muchas personas reunidas en semicírculo, entre ellas al hombre que me llevó ahí y a la fuente del alboroto: Un ser humano enorme, de piel oscura y con la cabeza rapada, en completo descontrol de si mismo.

Blandiendo, cual espada y apuntando al rostro de cada uno de los espectadores, una pequeña caja de crayones en la mano, con los ojos desorbitados y las venas marcadas en la frente gritaba:

-¡Por qué está aquí! ¡Esto es del pasado, de otro tiempo, de otro espacio! ¡Explícame!

Nadie respondía, entre la gente que lo rodeaba vi muchas caras de confusión pero también vi semblantes resignados.

El hombre continúo hablando, esta vez un poco mas tranquilo, y casi para si, como si estuviese repasando una historia, es así como conocí la historia del Diethro Lum.

Cuando el hombre empezó a hablar, su mirada era como un espejo que no reflejaba nada; al principio, su boca se abrió dos veces pero no salió palabra alguna, parecía dueño de una gran lucha interna, finalmente dijo:

-El Diethro Lum es una maldición de la oscura época Vikinga, nacida al norte de Europa, en un lugar llamado Åland, cerca al año 900. Rollón, el último líder Vikingo, vendió sus creencias por obtener del rey de Francia el ducado de Normandía, obligando a los suyos a convertirse al catolicismo. El dios Thor, de esencia vengativa, no aceptó esa traición y con un rayo mandó la maldición a todos los vikingos convertidos; en el cielo como un trueno retumbaron estas palabras: “Se encadenaran en un ritual de existencia en una prisión que se hará carne y polvo una y otra vez. Muertes continuas se desplazarán como demonios y lloraran con las únicas lágrimas que la oscuridad puede brindar, gotas y mas gotas de infinito silencio”.

Los condenó a vivir la repetición sin sentido, en una falsa realidad, donde la existencia de todos los seres llega a su fin al descubrirse la maldición, sólo para empezar de nuevo.

El hombre calló, extendió la mano donde aún tenía la pequeña caja de crayones, ahora arrugada, súbitamente dijo:

-Yo soy esa alma en pena, que ha vuelto a descubrir que no existe en este mundo y que nada a su alrededor es real. Esta pequeña caja fue mi señal, uno siempre sabe cuál es en cuanto la ve, siempre cae como una incoherencia en el espacio temporal. Siempre es algo que está fuera de lugar, en este caso fue la pequeña caja de crayones, inconfundible, pues de niño yo mismo tallé en cada uno de los colores cosas que en ese momento creí que venían de mi imaginación: un rayo y un martillo. Esa era la señal.

Las palabras de Thor retumbaban en mi cabeza, como un conjuro.

El niño que aún estaba en mis brazos se desintegró dejando una estela de polvo cuyas partículas empezaron la cadena de destrucción. Todo y todos desaparecían.

Alcancé a entender que yo también era parte de ese mundo condenado a la repetición absurda, entendí que simplemente era un personaje de relleno en la maldición que provocó un sólo hombre, es por eso que perdí la memoria en el momento en que él entendió su destino.

Volveré con otra vida y con la ignorancia de sentirme real, hasta el momento de la revelación.

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