(Roberto Fernández Terán)
Matas lo que tocas
para envanecer tu ego
desde tu pedestal de pequeño dios
de alcantarilla.
Nada escapa de tu furia destructora,
te alimentas de carroña con registro sanitario
te nutres de los vahos de la descomposición de tus víctimas.
¡A nadie perdonas!
Florestas, ríos, animales, mares y montañas
yacen ahora inertes
en la piedra sacrificial de tu vesania.
Envuelto en tus miasmas
—solitario—
caminas por páramos
tú, cruel señor de la muerte.