(Yvonne Rojas Cáceres)
Ya no me recuerdas, yo que tantas veces te serví de larga vistas, para
mirar más allá de la falda de la vecinita; yo que rodaba pretendiendo ser tu
guía, por el sendero de la tierra al final del canal. Empujada por tu mano,
giré y giré sin detenerme hasta entrada tu adolescencia, hasta el fondo de los
hoyos que formabas con el barro de tu infancia. Ya no me recuerdas, cristalina
y pura, dura brillante y lisa, perfecta compañía de tus sueños húmedos,
haciendo las veces de boca y otras de tendón enfurecido en tus puños. El tesoro
encendido de tus juegos, la inspiración de tus primero versos de guerra a la
salida del colegio, el proyectil con que hundiste el orgullo de tu enemigo en
el pupitre; y por el que la tierra y el adoquín te castigaron formando
cicatrices en tus rodillas. Ya no me recuerdas más que como a una esfera,
escondida al fondo de tu velador. Como escondiste las hazañas de tu infancia,
del barro en tus pantalones, del primer amor entre los sauces del lote abandonado.
Claro, ahora tus canicas son otras, pero aún permanecen al fondo de tus
bolsillos.