(Sergio Tavel)
Atrapafuego le llamaban. Se decía
que vagaba por los bosques más profundos con una pequeña jaula de latón que
colgaba del extremo de una vara. A pesar de ser un hombre joven, tenía la larga
barba y el cabello grises. Algunos afirman que robar fuego le quita el color a
las cosas. No muchos se habían topado con él, sólo algunos viajeros al preparar
fogatas para protegerse de las frías noches de invierno. Decían que se acercaba
con sigilo, vestido únicamente con un gran abrigo verde. Hablaba con voz
rasposa y pausada. Pedía un trago, una tajada de carne y luego abría la pequeña
puerta de su jaula. El fuego entraba en ella formando volutas en el aire, girando
y silbando. Cuando la oscuridad reinaba, el atrapafuego desaparecía.
Muchos hombres
habían pretendido darle caza; pero nadie era capaz de encontrarlo. Grandes grupos se adentraban en
los bosques y en las montañas; pero todos regresaban con las manos vacías. Luego
de varios meses, el fuego comenzó a escasear. Las chimeneas estaban vacías. Los
leños no encendían. Las antorchas no alumbraban. Ni siquiera al golpear dos
piedras una con otra se producía chispa. Se lo estaba robando todo. Los vientos
fríos se estaban levantando y las personas comenzaron a desesperarse.
Cierto día,
cuando el invierno había cubierto al mundo en su abrazo gélido y su manto
blanco, la gente se percató de que el sol había perdido un poco de su brillo y
calor. Con el pasar de los días, se fue achicando. Las noches se tornaron más
frías y los días se acortaron. Una mañana, cuando las personas aún dormían, el
sol se apagó. Se lo había robado todo. Cuando el fuego se terminó en el mundo,
dirigió su codiciosa mirada hacia los cielos. Muchos no supieron qué hacer.
Otros entraron en pánico. Algunos, se decidieron en encontrarlo.
Ya han pasado
varios años desde que el sol dejó de alumbrar. Las personas aún lo siguen
buscando. En total oscuridad, frío y tiniebla, se adentran en los bosques.
Caminan cientos de kilómetros, cruzan lagos y montañas, atraviesan praderas y
planicies, tratando de alcanzar ese resplandor que se puede ver a lo lejos: Esa
llama que arde en la oscuridad, atrapada en una pequeña jaula de latón que
cuelga de una vara, sobre la espalda de un hombre que no logra encontrar el camino
de regreso a casa.