lunes, 28 de noviembre de 2011

Recuerdo

(Sergio Tavel)


—Jamás pensé que volvería a este lugar —susurró al viento—. Lo soñé durante tantos años.

Las hojas de los árboles se mecían suavemente y la luz del sol se filtraba entre ellas. Aquél jardín se encontraba exactamente como lo recordaba: Grandes árboles circundaban los estrechos senderos de piedra; bancos de mármol muy blanco eran visibles al borde, aunque los años les habían abierto algunas grietas; las fuentes de agua con elaboradas estatuas de doncellas desnudas, centauros y ángeles se encontraban esparcidos, imponentes como silenciosos guardianes; la sombra de la gran mansión en el fondo, vigilante, tan impresionante como siempre lo fue.

—Aquí fue donde solíamos ocultarnos cuando jugábamos a las escondidas, ¿lo recuerdas? —sonrió el niño apuntando hacía unos arbustos especialmente crecidos que ocultaban un banco casi derruido— Nadie nos podía encontrar ahí.

—Lo recuerdo —susurró el hombre mientras caminaba de la mano del pequeño.

—¿Cuántos años han pasado?

—Demasiados —murmuró con un dejo de tristeza en la voz.

Llegaron a un claro y el hombre se sentó en un banco y soltó un suspiro mientras observaba el pequeño lago artificial que se extendía por el claro.

—Siéntate —le dijo al niño.

—No —respondió bruscamente—. Me quedaré a investigar. Tú pasas demasiado tiempo sentado. No era así antes.

—Antes era joven.

—Eres joven ahora, sólo que lo has olvidado —se alejó dando saltos y se metió entre la maleza. Tenía alrededor de once años. Su ropa estaba sucia, usaba un pantalón corto con tirantes y tenía el pecho desnudo cubierto de moretones y raspones.

“Pasa más tiempo en el suelo que de pie —pensó.”

Aprovechó el momento para respirar hondo y contemplar el lago artificial durante largos minutos. Tantos años habían pasado y el lago era el mismo. Este era mi santuario —susurró—. Aquí leía, pensaba, jugaba. Aquí tuve mi primer beso —sonrió suavemente.

—¿Te acuerdas su nombre? —el niño había vuelto.

—No, fue hace mucho tiempo.

—Yo sí —le dijo con picardía—, hubo un tiempo en que no parabas de repetirlo. Lo murmurabas al viento. Lo escribías en todas partes. Lo tallabas en la corteza de los árboles.

—Sí —susurró—, pero lo olvidé, ¿cuál era?

—Si no puedes recordarlo yo no te lo voy a decir —agarró una piedra muy pequeña y se la arrojó. A continuación se acercó al lago y se agachó.

—¿Por qué hiciste eso? —le reprimió mientras se frotaba la frente.

—Porque ya no eres tú. Tus palabras son viento, las olvidaste, las enterraste —metió ambas manos al agua y la hizo chapotear mientras reía.

—Fue hace mucho tiempo.

—Pero ahora estás aquí, ¿verdad?

—Sí.

—Entonces mira a tu alrededor —sacó una rana del lago con un movimiento rápido.

Así lo hizo. Los árboles le susurraban, la maleza crujía y el lago lloraba. Detrás de él, en un árbol viejo y muy oscuro había un nombre tallado. La letra era de una mano infantil y torpe, decía “Melisa.”

—¿Lo ves? —le dijo el niño mientras observaba a la rana dar saltos por el pasto.

—Sí —murmuró—, ahora lo sé —le dirigió una mirada rápida al niño—. Levántate, te estás ensuciando y tienes magulladuras en las rodillas.

—¿Y qué? —lo miró con pena— las ropas se pueden lavar, si se rompen se compran otras, si me corto simplemente dejo que la herida sane. Esta rana saltando delante de mío es más valiosa que todo eso, al igual que los árboles a mí alrededor, el lago detrás mío y el reflejo de la mansión en él, ese nombre tallado en aquél árbol, nuestro escondite detrás del banco roto y la sonrisa en mis labios. Todo esto es inmortal, ¿por qué lo has olvidado? —sacudió la cabeza y volvió a contemplar la rana.

“Porqué crecí —pensó—, me hice mayor.”

—Esa no es excusa —le reprimió el niño—. Aquellas cosas no deberían olvidarse jamás.

Entonces escuchó pasos que se acercaban. Se dio la vuelta bruscamente y vio a su hija. Una mujer muy bella de unos treinta años.

—¿Qué haces, papá? —le preguntó con dulzura.

—Recordando —le dijo. Giró la cabeza y vio que el niño ya no estaba.

—Se fue —susurró con sorpresa al darse cuenta.

—¿Quién se fue, papá? —le dirigió aquella mirada de preocupación que conocía muy bien.

—Mi niñez.