viernes, 10 de agosto de 2012

Verso de sangre


(Yvonne Rojas Cáceres y Sergio Tavel)


Vestida con sedas claras, se pasaba todo el día retozando en sus sueños. Egoísta ella, no dejaba que ni un sólo suspiro tocara las sienes casi muertas del escritor que en un rincón rasgaba la pluma inerte sobre la hoja de papel ya gastada. Las ideas eran esquivas, los versos ausentes, las frases lo eludían y con el viento se alejaban.

Aquel viento que soplaba cálido en una alcoba lejana, en lo alto de una torre, donde la indiferente musa dormía desatenta al llamado, al grito de la pluma sobre el papel, al despertar del alba, a la caricia de la luna.
Y el escritor desesperaba, ¡Oh, musa, aquí me tienes! ¡Desciende tu velo sobre mí y acaricia mi semblante! ¡Deja que tu voz me guíe hacia las planicies de mi inspiración! Mas la musa ausente, dormitaba.

¿Era el viento quién los conectaba? El viento escurridizo, convertido en brisa, regresaba de su viaje sin respuesta, sin palabra, sin verso; y el escritor moría de a poco, lentamente, cual fruto en invierno se marchitaba, la piel se le secaba, los ojos se desvanecían ante la ausencia de palabras. Sólo la sangre aún vibraba de sus manos destrozadas por el infame esfuerzo. Y caía, y brotaba. ¡Musa de mi perdición! vociferaba, ¡aquí está mi sangre, manchando el papel que olvidaste!

Una gota de sangre que caía del papel abandonado, fue atrapada por el viento, se transformó en ave con alas rojas como el fuego, con ojos de ámbar que brillaban al destello de una imaginación; voló surcando el poco aliento que invadía la habitación y destrozando de un golpe el cristal de la ventana, se alejó entre las nubes y desapareció en el horizonte.

Ahora soy ave, con júbilo exclamaba, soy viento, por tu insolencia me convertí en canción y me transformé en verso.