martes, 21 de agosto de 2012

Barrendera

(Yvonne Rojas Cáceres)

Como la vieja melodía de un blues oscuro, sus pasos regresaban la acera por quinta vez. El polvo de su faena se disipaba de a poco con el rocío del alba; mientras ella dejaba surcos pronunciados en el concreto congelado del invierno. Aún había oscuridad protectora.
Había visto nacer y reproducirse, miles de horas azules; a cada una le había puesto un nombre simple como el de sus hijos. Para qué complicarse con la nostalgia de recordarlos. Los albas le habían curtido la piel; y la vida le había suspendido el espíritu lejos de la claridad.
Su aventura se redujo a la noche y a un manojo de pajas secas como extensiones de sus brazos envejecidos; sus venas circulaban hasta tocar la tierra y le hacían silbar como el viento de los otoños grises, cuando las hojas secas son insoportables pero hermosas bajo el reflejo de la luna solitaria.
Descansaba en la vereda o en el banco de los parques, agobiada por el resto de la cuadra sin barrer. Un día decidió quedarse a contemplar el amanecer, nadie le dijo que con el sol vendría la muerte; total, fue la primera y única vez que lo miró de frente y pudo escupir en su semblante amarillo, mientras mascullaba su decepción, te creí mejor que la hora azul, le dijo. Luego murió como la oscuridad.