martes, 15 de febrero de 2011

Imperfecta Humanidad

(Yvonne Rojas Cáceres)


Súplicas salpican por tus poros. Se agotan tus fuerzas para rogar, estás a punto de callar o de implorar, no lo sé.

Te hemos lanzado tantas injurias espumosas y deformes, que cada insulto se ha clavado en tu cuerpo magullado, como fragmentos de mi culata, como astillas de mi mazo que han estallado en tu cabeza. Ahora te lo crees, estás maldito, no tienes suerte.

Puedo sentir compasión, pero me resisto. No llamo a tus dioses ni al mío, sólo te veo arder. Absorbo ese aroma que emana de tu polvo, desde tu materia. Miro cómo cada grito vuela con el humo negruzco que se desprende entre tus ruinas y tus desperdicios.

Una visión ofusca mis sentidos. Quiero lamer cada gota de sangre mezclada con náusea que chorrea por tus brechas, por tu boca de pobre y por tus ojos afiebrados; para consumir tu dolor, para sentirme poderoso.

Gritos y alaridos. Por un momento, disminuyen mi furia pintada de olivo; mis ojos se colocan en los vestigios de tu integridad extenuada. Se detienen los escarnios. Son instantes de lo que te parece una eternidad. Entonces, aúllas como atrapado por un dolor incontenible; me lleno del diablo que alimenta mi venganza, para arremeter contra tu costado desde el mío.

Destruyo en seis pedazos los ejes de tu frente, mientras otros comedidos colaboran perforando tus intestinos hambrientos, aplastando tus falanges. Siento el fraccionamiento de tu estructura vibrando en mis flancos con cada golpe.

Te tengo aprisionado en la miseria, inmóvil, con mis brazos armados de poder; te ahogo con todas mis fuerzas, queriendo hacer un agujero en medio de tu médula, queriendo hundirte en el suelo duro a empujones.

“¡A su izquierda!”, grito y te maldigo y lo siento. Luego, la imagino partida por la mitad, sin identidad, sin rostro definido, sobre los matorrales del cerro, en las aceras embarradas de pobreza y mis lágrimas te bañan; y te miro y lloro sobre ti, por tu conciencia, mientras te desmoronas inconsciente y tus focos se apagan en tus células encarceladas.

Sujeto tus partes moribundas, embarradas y ensangrentadas, para machacarte en frenético balanceo contra el filo de los muros hasta cansarme. Alguien me releva y te perfora, como a la tierra, con la punta de una picota, como arando en tu superficie, mientras tiemblas en espasmos, reclamas y presionas para no morir, para sobrevivir.

El sol hace brillar los hematomas virulentos de tus heridas y tus ideales, que rebalsan por tus raídas ropas de pordiosero. Claros y oscuros, diestros y siniestros, se confunden con el verde por donde te arrastramos. Tu esqueleto y el mío suenan con cada golpe, con cada caída, como pedazos de abstracción arrojadas al concreto.

Tus manos, atadas con alambre de púas, quieren estallar en sangre y flema; ya no pueden suplicar. Tus miembros calcinados, enrojecidos; tus cueros desprendiéndose a pedazos. Ya no puedes huirle al espanto, ya no tienes voz, no dices nada, te he arrancado la lengua, la palabra y he quedado mudo.

Al verte sangrar, al verte escupir maldiciones y súplicas, allí, tendido en la tierra maldita, mirando enloquecido con esa única pupila malograda a los ojos afiebrados de tus déspotas que rodean el bulto en que te has convertido, te aplasto sobre un blasón. Y me puedo ver hecho carne en ti. Porque al final de todos los recuentos, somos la misma e imperfecta humanidad.