martes, 7 de febrero de 2012

Idus Nefastus: Cartas de un Suicida

(Yvonne Rojas Cáceres)


Summun bonum:

"(...) porque es mejor morir de una vez

que tener que padecer desdichas un día tras el otro"

(Sófocles, Áyax)


Gran Cesar, te cuestiono hoy en la penumbra de mi locura, frente a los ojos de Herulus, en el pretendido ocaso de mis días.

¿Cómo conseguiste hilvanar un transparente manto de seda, que sobre las aberraciones de tu vida alegre y mordaz, cubriera tus más indignas y depravadas acciones de dictador, ante los ojos de un pueblo que, aunque loco de ira, siempre te aclamó?

Ahora que abro la mirada al reflejo de mi semblante oscurecido, en la claridad de esta fuente adornada en pompas, que de tus propias arcas extraje, me observo en la derrota, sin haber descubierto la fórmula de tus triunfos idílicos y gloriosos. Sin que nada quede para mi propia existencia; al igual que tu no le robaste a Saturno unos segundos, a Décima unas cuantas bendiciones, para desenrollar el papiro que sostenía los nombres de tus asesinos.

Ahora que lo tengo todo y más, que disfruto el deleite de la mujer que amabas, la más bella musa de las musas en mi alcoba. Ahora que recalqué tu vida, que pisé tus huellas queriendo desaparecerlas de la historia. Soy sólo un despojo, una imitación burda y depreciada, una encarnación patética de Fraus.

Ahora que clavé la estaca en el símbolo de Libertas, ese que habitaba la sien de Cicerón, me observo solo, traspasado por los pliegues de mi piel arrugada y cansada, con la riqueza y el poder en las manos pero sin la gloria que resplandeció tus días de gran emperador.

Envidié y admiré como loco tus aventuras y tus triunfos, tu tiranía me embriagaba del deseo de ese poder que te envolvía y te protegía.

Y aún, esa envidia no grita mi nombre, la venganza no dicta mi destino. No seré recordado, pues sólo fui ensalzado una vez porque descubrí tu cuerpo apuñalado 23 veces por la mano impotente de tus seguidores y traidores. Porque aclamé tu nombre ante todos y no el mío, porque juré venganza para ti y no por mi propia satisfacción. No seré recordado como tu jamás y eso me socava por dentro.

Sujeto con furia la daga que se enterró en tu estomago, de la mano de tu propio hijo y siento que podría mil veces más que tu, arrancar las entrañas de los enemigos, torturar a los que piensan diferente y cruzar mil veces más el Rubicón. Yo, sólo yo hasta la victoria, para mover sus designios a mi antojo, pero no soy tu, jamás podré ser César.

Cicerón estaba en lo cierto cuando me habló desde sus ojos alucinados de muerte. Mirándome, clavado con una estaca en la palestra de sus discursos. El terrible espectáculo de su cruel martirio tuvo poder más elocuente sobre la plebe intimidada que los más famosos discursos pronunciados por él desde este profanado Foro. Lo que pretendí que fuera una humillación vergonzosa, se convirtió en su última y más grande victoria y también la tuya ante la historia.

Las tres parcas me esperan al final de este viaje. Rogaré que me lleven apresuradas ante ti que habitas el reino de los inmortales y me postraré frente a la mirada aguda de Plutón. Rogaré allí el perdón, por las tantas veces que me llené asombro desde la segunda escalinata de tu régimen maldito y sabio, invadido del apetito de ver correr tu sangre para apoderarme de tu destino. Por las tantas veces que malgasté tu tesoro en mis propias orgias, por las tantas veces que te entregué el goce de mis triunfales batallas.

Pompeyo que te vio morir desde su trono de piedra y mármol, no me concede la gloria de ser siquiera tu sombra, gran César. Mira mi sangre correr por el pasillo de este templo, no está bendita. Mis idus de marzo comenzaron contigo, ahora terminan con la muerte de mi carne por mi propia mano.

Has triunfado. Repito estas palabras, mientras entierro esta daga en mi pecho, y junto con ella, sepulto el deseo más ferviente que me acompañó en vida, el sueño de querer tu alma reencarnada en la mía. Dejaré al fin que Envidia me arrulle en sus brazos, para desahogar este pecho marcado.