jueves, 22 de marzo de 2012

Huida a Propósito del Ajedrez

(Sarahi Cardona)


Fregolí era tan experto en disfraces y personajes, que él solo

hacía un espectáculo, cuentan que una noche bailó vestido de

mujer con el mismo coronel que le negó el permiso para la fiesta.


No podía recordar los dos últimos días, debieron ser malos pues le dolía la cabeza persistentemente. Trató de forzar su memoria y sólo logró recordar el sueño que la mantuvo sudando y dando vueltas. Era extraño y reiterativo, ella jugaba una partida de ajedrez con él, sentada frente a las piezas negras esperó el primer movimiento, al cual respondió inmediatamente con una movida fácil, él tomó un peón y lo movió, era la salida siciliana, pero de pronto el peón se había convertido en reina y la puso en jaque. Por ese mística determista que hay en los sueños, en vez de protestar ella siguió jugando, pero cada vez eran más reinas poniéndola en jaque. Sintió ganas de llorar, de preguntarle la razón de ese ataque, pero pensó q lo más prudente era echar a su rey, y cuando lo iba a hacer; despertó. Insistió en cerrar los ojos y finalizar el sueño, pero fue imposible, irremediablemente ya no estaba ahí, por tanto perdió sin dignidad.

Desesperada, en cuanto despertó, salió a la calle y cuando abrió la puerta notó algo diferente. Conocía a las personas de su vecindario, sin embargo ahora no eran las mismas, el vecino gordo tenía las manos extremadamente delgadas, como las de su oponente en el ajedrez. La vecina flaca, se veía notablemente más ancha de hombros, y la barbilla partida con una cicatriz, otra vez como él. Él era su novio, y el sueño sumado a lo que acababa de ver, le dieron las respuestas que buscaba, seguramente él le había hecho algo que no recordaba, pero no era bueno, sino no necesitaría disfrazarse para buscarla. Se agradeció mentalmente la astucia de conocerlo tan perfectamente que por mucho que se disfrace ella lo reconocería, cada palmo de piel, cada mueca, cada manía ella la sabía, pero esto sólo la ponía alerta, no la salvaba de él y sus intenciones.

Miró a las personas que la rodeaban, y esta vez lo vio claro, un viejo usaba bigote y sombrero blanco pero aún así conservaba la mirada inquisidora de la partida de ajedrez, al igual que cada persona que veía. Se dio la vuelta y empezó a correr sin rumbo, necesitaba estar lejos. No se molestó en pensar los motivos de él para la absurda persecución, confiaba en su instinto y este le decía que debía huir, alejarse. No le importaba cuanto tuviera que correr algún día él la dejaría de perseguir.

Ya en la tarde después de haber corrido hasta llegar a otro lugar, uno bastante lejos de su casa, paró y se acercó a comprar cigarros y en la vendedora otra vez descubrió el rostro acechante. Siguió corriendo. Nunca un camino la dejaba a salvo, pero tampoco la acorralaba. Así pasó días, meses enteros, años corriendo de un lado a otro, descubriendo que toda persona que se le acercaba era él, él persiguiéndola. Por fin cansada y resignada me buscó, pero como no era yo a quien ella quería encontrar, aproveche que se me quedó mirando fijo para meterla en la cajita de madera tallada donde guardo las piezas de ajedrez de partidas ganadas.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Engaño

(Yvonne Rojas Cáceres)


Siempre te he mirado con deseo y te he querido tener en respeto. Pero es mi deseo que muta en dedos, es mi deseo que muta en tacto y muta en piel y ansia tus senos.

Mirando tus ojos mis ojos se distraen, sintiendo tu perfume mi olfato divaga; rozando apenas el aire que respiras, mi boca se muerde la lujuria encendida.

Pero mi mano, atenta a su pedido, se deslizó por debajo de tu falda, se acomodó en tu entrepierna calentita, convulsionó presionándote la liga y se atrevió a coquetear con tu estrellita.

De repente ya no supe que ocurría. Mi hombría despertaba, estaba erguida, mis ojos no entendían y mi oído no sentía; sin palabras mi boca se quedaba entumecida, observando cómo tú te estremecías.

Pero recordé que yo en respeto te tenía. No lograba conocerte ese día. No eras tú, la inocente, la tímida chiquilla. Era mi mano que te había poseído y te quería.

Te empuje fuera de mi cínica engreída. Estabas hecha una fiera de deseos contenida; sujeté mi mano enloquecida y corrí lejos de ti y de tu vergonzosa fullería, imaginando cómo mi mano pagaría. Me engañaron, las dos están malditas. Clavaré una estaca al centro de su alma nociva, la cortaré de cuajo para que en papel de seda te la regale alguno de estos días.