martes, 2 de agosto de 2011

Complicidad Nocturna

(Yvonne Rojas Cáceres)


Dejaré un resquicio en la ventana azul, para que así el aire corrompido de tu esencia viaje, se despida y vuele a contaminar esta ciudad muerta ya.

Me cuestionaré sobre la complicidad que alimentamos fútilmente en los tiempos y espacios de nuestro aislamiento convenido. Mientras tanto, la noche alumbrada de lámparas hará lo suyo, desnudando mis corajes y mis desventuras, revistiendo de amarillo un cielo sin estrellas, mientras tú me esperas recostado en el gálbano luminoso que te envuelve, como siempre los has hecho, como lo harás otra vez.

Ansiosos ambos de iniciar ese constante peregrinaje hacia tu lecho de cristal, te cargaré liviano en tu naturaleza efímera, tu brevedad insuficiente, para mí; tu viaje de leyenda, de miles de leyendas a la vez, hasta sucumbir en el mareo y la respiración gastada, mirando el rastro de tu transitar, pausado y ondulante, tu fábula y ficción repartida en cada boca que no es mía, que siempre terminas sellando con el vestigio de estelas abenuz.

No imagino todos los semblantes que has acompañado con la luna de testigo y la solidaria complicidad en sus torturas, marcando sus noches de nostalgia, atizando su vehemencia con tu destello maldito e imperioso, para luego abandonarlos en sus días, impregnados de tu hollín y expirar en cualquier rincón olvidado, como el objeto de una ofrenda.

Prometes en tu incandescencia, la conspiración de sueños imposibles de cumplir. Te ganas la autoría de un placebo al dejar de ser sin tu corona de ceniza, al agonizar a la espera de la soledad como si suplicaras una retribución algo merecida, de ser testigo de las condenas de mortales en sus noches, en su meditación.

Sin embargo, igual que tus devotos, igual que tus víctimas, igual que aquellos resabios de una fe, oras y horadas con tu lumbre, esa oscuridad del alma y del deseo, hasta el final, tu final.

Hártame de tus humaredas, cómplice, antes de extinguirte. Te absorberé hasta consumirte. Me deleitaré cuando selles mi boca con un hondo suspiro. Deja que tu materia mute en espíritu de humo conjurando mi dolor, embebiendo cualquier patético y humano proceder. Rodeándome, impregnándome y salvándome. Luego muere con la huella de mi boca en el último contacto.