viernes, 11 de marzo de 2011

El Guardián de la Vida

(Sarahi Cardona)


A Arnaldo Batista


Lo habían confinado en ese cuarto oscuro hace 36 años. Era el salón de investigaciones de una morgue donde únicamente llegaban cadáveres virulentos, cuyas afecciones habían sido inciertas. Él, un neurocirujano experto, selló definitivamente las ventanas para empaparse en el olor del formol.

Nunca se quejó. En realidad, le habían dado la oportunidad para hacer todos sus experimentos tan libre como impunemente. Con todo el tiempo a su disposición, el cerebro se convirtió en un rompecabezas, cuyas piezas podía duplicar, cambiar de lugar o simplemente desechar.

Sabía de sobra que, sea cual fuere la razón, la vida es la única causa de muerte. Se envían impulsos al cerebro, para que este paralice toda la química y cese todo el mecanismo. Es decir que la decisión de morir es personal, lo único que hace falta es mandar la señal adecuada.

También dominaba perfectamente la cura para todas las enfermedades, pues sabía que todo virus tiene un reactivo, que toda dolencia se debe a una carencia y toda carencia a un error. Con el tiempo, supo bien cómo reparar esos errores.

Entre sus primeras exploraciones, eliminó las sensaciones de hambre, sed y cualquiera que lo distrajera de su trabajo. Había intentado que su cerebro cree personalidades múltiples que le hicieran compañía, pero no le satisfizo. Decidió eliminar también la rabia, el rencor para ganar tiempo. Seguían faltándole o sobrándole piezas.

Finalmente, había conseguido acomodar todas las piezas de su cerebro. Ahora todos los lóbulos ordenados de tal manera que tenía emociones y sentimientos almacenados como si los hubiera vivido, prácticamente recuerdos con los que embelesarse. Se había proporcionado la vida perfecta dentro de su cerebro. Podía haber sido inmortal a voluntad, mas no buscaba gloria ni eternidad.

Volvió a coserse el cuero cabelludo. Se lavó las manos. Sé contempló al espejo: él mismo se había convertido en su obra maestra. Se sentó. Encendió un habano Cohiba. Y después de un largo silencio de éxtasis, la redención a todo error externo, la muerte, sublime y elegida. Su muerte.