lunes, 10 de octubre de 2011

Destello

(Sergio Tavel)


“Muy bien, un intento más”, pensó con determinación. Se llevó el cigarrillo a los labios y accionó el encendedor. Las chispas saltaron y la llama se extinguió rápidamente. Maldijo. Ya iba bastante tiempo intentándolo y el mal humor que sentía no lo ayudaba en lo más mínimo. Lo sacudió un poco creyendo que de esa manera el gas se revolvería por el interior y funcionaría.

“De acuerdo, prende de una maldita vez”, lo accionó nuevamente y la llama surgió brillante y cálida. “¡Al fin!”, pensó con alegría, lo encendió, y justo cuando se dispuso a inhalar el humo se dio cuenta de que lo había encendido al revés. En un ataque de rabia se lo arrancó de los labios y lo arrojó al suelo. La noche era fría y un leve vaho húmedo, producto de la llovizna que hubo hace un par de horas, inundaba el aire. La avenida estaba casi desierta y los autos transitaban veloces dejando destellos de luz en sus ojos al pasar.

Sin rendirse, metió una mano al bolsillo interior de la chaqueta y sacó la cajetilla. “Sólo me queda uno”, se dijo cuando vio dentro de ella. Dio un vistazo a ambos lados de la acera: era larga, repleta de casas viejas y terrenos baldíos; pero ninguna tienda. “Muy bien, intentémoslo una vez más”. Sacó el cigarrillo con presteza, lo colocó en los labios, y accionó el encendedor. La llama brilló de forma intermitente y bailaba mientras el viento la agitaba. Sin perder tiempo la llevó hasta el extremo del cigarrillo y cuando estuvo a punto de encenderlo, una ráfaga de viento la apagó. Sin poder creerlo, lanzó una maldición y apretó los puños. El cigarrillo se resbaló de sus labios, cayó al suelo y rebotó hacia el asfalto.

Apretando los dientes, se dirigió hacia el y se agachó para recogerlo. Se lo puso en los labios y activó el encendedor. La llama le alumbró el rostro mientras la alejaba del cigarrillo ya encendido. Sonrió. “¡Ya era hora!”, pensó con júbilo. Inhaló con fuerzas y exhaló el humo con un largo suspiro al tiempo que giraba la cabeza y un repentino destello lo iluminaba. Oyó un estruendo y lo último que vio, al tiempo que ahogaba un gemido, fue el parachoques del auto que embestía hacia él a toda velocidad.