jueves, 24 de febrero de 2011

Cuando Note

(Yvonne Rojas Cáceres)


Había decidido bloquearme, acorralarme en el limbo de las hojas vacías y sin axioma. Por mucho espacio medido en lapsos de ficción y de evidencia, no me concedió el don de la prosa, menos el de la narración; me anuló la voz y la palabra.

La usanza suya me fue carcomiendo, mudándome al exceso de no simbolizarme, de considerar mi única opción reducida al sinónimo, camuflando mi verdad con homónimos sin personalidad, queriendo hallar mi decir en un sucedáneo, sin decirlo en realidad.

Su cárcel, hecha de muros imaginarios y un cielo, me sirvió de muralla para expulsar lo que me quedaba de fuerza en sus lenguajes, lo que me permanecía de presencia en sus discursos, lo que me duraba de alarido en sus exclamaciones, aquello que perseveraba de sensibilidad en su poesía. Yo, que había sido carne de sus libros y de su palabra misma, quedé reducida a escombro sin uso preciso.

Exiliada de su significado, vagaba en los rincones más velados de su ausencia enunciada y comunicada. Ansiosa de su prefijo, famélica de sufijos y de sus acciones verbales, caminaba sin rumbo alrededor de vocales grandiosas, por signos y símbolos armados. Cuando su voz me sacudió de la pesadilla, ondulando sus gamas en el recuerdo de cada cosa que procreé para su expresión, de cada sensación que descubrí a sus ojos de leedor y de escribano. Lo escuché reclamándome en la fuerza de sus arengas más orgullosas, arrimándome en medio de los versos de su canción como fluido denso y a la vez ligero, acompañado de melodías que desfilaban en el aire.

De sus lindos labios a la plana blanca de un cuaderno, había un abismo para mí; pero no para esa perfección humana que hacía bailar el lapicero, cual cisne dibujando huellas en el agua clara.

Allí, encaramada en la duda razonable de concebirme infecunda para él, vi mi crecida y lánguida figura asomando como una cruz en las hojas de ese que escribía y escuché mi sonido en la frecuencia de ese que leía. Apelando a su rebeldía, a su feraz imaginación de loco soñador, le aclamaba, le suplicaba para que rompa con su esquema, para que huya y me dé a luz de nuevo, en una frase, que me dialogue para armarme en una palabra; perseguí desesperada a sus cavilaciones, sus especulaciones y sus sueños.

Le enseñé que podía servir de nombre como de verbo, que la acción no me acobardaba, que el dolor y el drama no me amilanaban, que adoraba su fábula igual que su quimera; que la leyenda era lo mío, que podía sonar en su balada y en su oda con refinada fluidez. Pero me ignoró, se negó a llamarme en su poesía, se negó a darme un nombre con el que pudiera concurrir más allá de su designio.

Ahora lloro mi desgracia, arrinconada en el fondo del abismo donde moran las palabras innombrables, esperando el segundo descifrado en que su loca y despiadada imaginación me hagan volar.

Y cuando me descubra, cuando no, cuando mi ausencia, cuando no, cuando sea ser o sea cosa, cuando no, cuando la magia de su prosa me haga pócima su delirio en el lenguaje, cuando no, podré ver la luz desde su página, cuando no-te.