viernes, 2 de diciembre de 2011

La Ruta de la Seda

(Leslie Loayza)


Años atrás, en un cuarto azul y turbio, cuando entre la tempestad y la calma, una parte de mí se perdió, la noche me la trajo en medio del silencio y la humedad. Mis piernas me temblaban, en mis brazos comenzaban a notarse ciertas manchas moradas y el corazón desaceleraba. Sin embargo, recuerdo bien que mi rostro no demostraba sentimiento alguno y que mis ojos nunca la miraron distorsionada. Encendí un cigarrillo partido y mientras procuraba cubrir mi cuerpo con un pedazo de tela sucia sentí el peso de su mirada, volteé. Ya no estaba ahí.

Fue desde ese entonces que ella me acompaña en los momentos más dulces y bizarros de mi vida. Siempre estuvo conmigo sin estarlo, la diferencia es que ahora yo lo sé. Muchas veces pude sentir su presencia, la mayoría de ellas efímeras, pero nunca la sentí como aquella vez.

Hace un par de meses, estuve con ella, disfrutando el arrullo de su silencio, acariciando su ausencia y acostumbrándome a su belleza. Con el tiempo, fui conociendo su esencia, con el tiempo empecé a buscarla, necesitarla y desearla. Hace poco empecé a amarla.

Días atrás, me di cuenta que cada vez me cuesta más alejarme de ella, prescindir de su presencia, anhelar su figura cerca de mí con más frecuencia. Muchas veces la observo sin mirar, entre la multitud la espero y alguna vez pude sentirla y tuve ganas de escapar con ella, en medio de conversaciones, de cuando en cuando escucho su voz y al momento de acostarme mi mente la dibuja para tocarla sin importar si estoy o no con alguien.

Ayer le propuse escaparnos del mundo a un lugar lejano, desolado y escondido. Ayer le confesé mi verdad con timidez en un principio, con soltura poco después. Le dije que por ella me despojaría de todo, dejaría atrás a mi familia, abandonaría el mundo material, dejaría en el olvido antiguos amores y el actual. Y así lo hice.

Hoy despierto ligera con el alba y, por primera vez puedo sentir su piel tersa, sus ojos profundos me dicen que es mía y me reconforta. Hoy ella es real, puedo tomar su mano y caminar descalza sobre la arena fría, reír y escuchar su risa, besar su cuello y sentir el calor que emana, puedo sentirla como siento el agua gélida del mar turbulento y recostarme en su regazo. Y sin importar cuán sola esté, ella siempre recogerá mi pelo del rostro mojado, limpiará la arena adherida a la ropa y acompañará al cuerpo que yace taciturno y cianótico en medio del oleaje, el sereno y la sílice.