miércoles, 12 de octubre de 2011

Noctámbula

(Leslie Loayza)


¿Podrás trabajar bajo presión?, me dijeron.

Incluso ahora, en estas horas de insomnio, aquellas palabras retumban en mis oídos y me es difícil evitar lanzar un suspiro de alivio al aire fresco que cala mi cuerpo, ¡cómo no sonreír ante tal oración!, que no es más que la respuesta que anduve buscando por más de un mes para curar mi mal y acallar las voces susurrantes nocturnas.

Hasta entonces sólo una cosa lograba comprar mi sueño y, por supuesto, en medio de mis divaganzas y deseos crecientes hasta el punto de ser incontrolables, me levanté de una cama desordenada (obra de intentos fallidos de lograr encontrar la posición correcta y así evitar recurrir a mi droga). Caminé descalza y sigilosa con rumbo a la cocina, procurando no chocar con algún mueble. Abrí la puerta gélida e instantáneamente la luz me cegó. Entorpecida y desesperada tomé a tientas y con los ojos entre abiertos el recipiente, cuya salvación divina se hallaba en su contenido. Aquella dulce ambrosía nacarada que sin escrúpulos bebí por unos segundos, buscando saciar mis ansias desenfrenadas. Una vez en calma y con el cuello mojado, sin dejar de consumir aquel líquido de densidad exacta, reduje el chorro que vertí en un principio a mis adentros a una tira frágil, procurando no derramar gota alguna, abrí aún más la boca y mi lengua se encargó de las escurridizas filtraciones en las comisuras de mis labios. En su recorrido que deleitaba mi ser a medida que este se internaba y deslizaba por cada recodo de mi tracto digestivo, pensaba que incluso la idea de la sensación helada en mi boca me hacía babear.

Así fui consumiendo la dotación entera que el recipiente contenía, sin tomarme un tiempo para respirar, para limpiar alrededor de mi boca, incluso sin dar importancia al frío que sentía mi cuerpo (especialmente mi cuello y el área mojada de mi pecho), a pesar de sentir los pies entumecidos, no le di tregua a mi alimento predilecto. Mi cuerpo comenzó a temblar, tomar un litro no era cosa de un minuto, y mucho menos dedicándole a cada trago su debida cata. Así es, tomar leche no es un simple acto alimenticio. Tiene su ciencia.

Consiste en atacar a la presa por sorpresa, sobresaltarla, rebalsarla e incluso (en situaciones lamentables) derramarla. Se prosigue con cautela, consumiéndola con respeto, evitando las filtraciones, adorando cada gota y saboreando su peculiaridad; claro está que hay momentos que no puedes evitar tomarla sin pausa, como es el caso que usualmente se da de noche, sin embargo en otros momentos te puedes dar el gusto de tomarte tu tiempo. Pasa que hay noches de desvelo que no se curan y el anhelo de encontrarse en los lugares diseñados por el inconsciente nos lleva a cometer actos atroces. Pero como se trata de una cantidad razonable, una vez que vas por la mitad puedes tomarte tu tiempo, incluso de noche, entonces viertes el chorro delgado entrecortado con el fin de tomar sin pausa pero degustando cada trago; usando los sentidos, sentir su olor, deleitar el gusto y cada papila, y hacerlo repetidas veces: chorro, degustación, chorro. Una vez se sienta el peso del recipiente más liviano, uno se debe preparar para lo inevitable, pero no es tan triste como parece, porque si tienes espacio como para otros tragos más, adelante.

En mi caso, para cuando iba por el último trago, cerré mi boca y dejé que mi lengua haga su labor limpiando los restos alrededor de mis labios y me sentí satisfecha. Me fui a mi cuarto y sentí la presencia de alguien justo detrás mío, pero ya me hallaba muy cansada como para confirmar mis sospechas, entonces me recosté y como por arte de magia ya me hallaba anestesiada y feliz.

Al día siguiente desperté con un dejo del sabor lactosado, lo cual me extrañó pues tenía la certeza de haber sustituido la cura a mi trastorno, ergo no recordaba haber tomado leche como era usual, entonces deduje, después de una charla con mi hermana, y confirmé que un trastorno más se añadía a mi lista.