lunes, 15 de agosto de 2011

Auspicio

(Sarahi Cardona)


Eran las 5 de la tarde. El viejo se acercaba a la acera del café donde se sentaba a jugar ajedrez con algún visitante tan asiduo o desocupado como él. Había pasado el día entre leer el periódico, resolver crucigramas y esperar que la vida simplemente transcurra sin novedades, como lo hacía desde que ya no se podía acordar. Sacó el reloj, que era tan viejo como él, y consultó la hora. Pero lo que extrajo de su bolsillo no era un marcador de tiempo; era un compañero que se había cansado de verlo pasar sus horas sin novedad. Él sí recordaba las aventuras de juventud, antes de que el tedio lo convenciera de que la rutina era la única salida para evitar el peligro. Había estado a su lado la noche en que, sentado en el puente, amaneció decidido a no decidir nada más en su vida. Él lo había llevado de la mano al café donde pasaba sus días cómodo y resignado, además de convencido de que, si todos los días eran exactamente iguales, no volvería a fallar. Esa tarde le pareció que toda la seguridad que había visto era cobardía. Hoy sólo siente miedo y cada día repite el anterior para no equivocarse.

Sin más, el viejo escuchó salir del tic tac un nombre, el de ella, y la calle dio paso a un recuerdo, de años pasados. Una mañana a las 11 exactamente, en la época en que la seguía hasta el fin del mundo, y se atrevía a ser y hacer, despertando con dolor de cabeza y en sus sábanas. Buscándolo con los ojos entreabiertos, para que le marcara alguna dirección.

Hasta ahora, el tiempo, para él, había sido un protector, un aliado que lo dejaba ver la vida desde ventanas y que le permitía dormir de noche sin pensar que prefirió irse a estar con ella de un lado al otro, arriesgándose a perderlo todo. Ahora, la brisa de la tarde lo hacía ver que, en realidad, era un conjunto de señales que a cada instante, en cada determinación, parecen presagiar su resultado aunque este oscile entre lo próspero y lo adverso.

No se podía explicar lo que sentía. El pasado se estaba convirtiendo en su mayor anhelo; su vida le parecía un augurio intermitente, un indicio de algo en futuro y, sin embargo, para él, sólo para él, en reversa. Cerró el reloj y lo metió a su bolsillo, y pensó para sí mismo:

—No sabía que el tiempo fuera nostálgico.