jueves, 10 de noviembre de 2011

Entierro

(G. Munckel Alfaro)


“¿Te das cuenta?”, dijo mientras el Mudo se apoyaba en el mango de la pala, descansando por un momento. “Todo habría salido bien si me hubieras escuchado”, dijo, pero el Mudo sólo lo miraba, sin responder. “Lo que pasa es que eres un imbécil, querido amigo”, dijo, y el Mudo hizo una mueca de disgusto. “Quién hubiera pensado que tú, el Mudo, abriría la boca” continuó, mientras el Mudo lo miraba enfurecido y retomaba la pala. “¿Crees que ya es lo bastante profundo?”, preguntó, y el Mudo asintió con la cabeza, “bien, ¿y qué esperas?” le dijo al Mudo, que empezaba a dudar. “Comienza a echar tierra de una vez”, pero el Mudo dudaba y sentía ganas de llorar. “No me vengas con eso ahora”, le dijo al notar una lágrima bajando por su mejilla, “no llores, Mudo idiota, hermano del alma”. El Mudo temblaba y la pala amenazaba con resbalar de sus manos húmedas, pero hizo fuerza y comenzó a cubrir el hueco. “Muy bien, sigue paleando” dijo mientras el Mudo aumentaba el ritmo. “Sólo quiero que sepas una cosa”, dijo mientras el hueco se llenaba, “nada de esto estaría pasando si me hubieras escuchado”. El Mudo bajó la mirada y echó tierra sobre el rostro, la única parte de su cuerpo que aún permanecía descubierta. Ya no lo escuchaba, ahora podría llorar y palear en paz.