lunes, 5 de septiembre de 2011

Panfleto

(Sarahi Cardona)


El aguacero es fuerte, pero no puede limpiar la calle. Escuetamente, remueve la basura, eso la hace más repulsiva. Siento asco y confusión. Está acera es un mercado y todo es sucio. No puedo definir exactamente el orden de los eventos que me trajeron hasta aquí hoy. En mi mano queda el panfleto que ella acaba de entregarme con la más absoluta indiferencia, ya se mojó y lo arrugue, quiero ordenar los hechos, quiero darle sentido pero la gente corriendo me distrae.

Fue hace unos minutos, no ha pasado una hora todavía. Se me acercó, le presté atención porque su olor era aun más repulsivo que el del ambiente, me lo dio apurada, el papel que ahora tengo en mis manos, me fijé que las suyas estaban sucias: tenía las uñas largas invadidas de mugre y esmalte rojo desgastado. En su cabello había caspa y estaba grasiento por la falta de lavado, supongo que era negro pero el sol lo había picado y vuelto amarillento, además alguna vez debió estar teñido a rojo. Llevaba sandalias y la higiene de sus pies era deplorable, pero sus ojos eran entre dulces y apasionados.

Seguía esperando en la esquina cuando la vi correr detrás de un callejón con el carnicero, que antes la había botado de su negocio por molestar a los clientes. Le levantó la falda y empezó a hacerle el amor frente a mis ojos. Ella reía y se defendía. Le bajó la blusa para disfrutar de sus pechos, jugueteaba con su lengua inmunda, su barba y sus dientes infectos de caries. La besaba y lamía como si ella fuera un helado. La puso contra la pared y le levantó las piernas para rodearlas a su cintura. Pude ver que ella no lleva ropa interior y que no se depilaba. No podía dejar de ver cómo la penetraba, cómo la cara de ella se contorsionaba de placer y dolor, pues él con sus manos manchadas por la sangre de su mercadería la arañaba y la asía. Yo sentía mi ser temblar al presenciar aquello, era asco, morbo, deseo, todo a la vez. De repente, él se apartó y volvió a su puesto de trabajo. La falda de la chica era tan diminuta que dejaba ver el semen chorreando por sus muslos. Ella se acomodó un poco el cabello, y se paró en la esquina donde repartía los panfletos que recogió del suelo después de su aventura.

Crucé en pos de ella sin saber qué decirle; pero necesitaba acercarme, tal vez abrazarla y decirle que le perdonaba lo que vi, que yo la iba a proteger, pero ella no me conocía y tal vez no necesita ayuda. Llegué, me paré frente a ella y me entrego el papel, sin detenerse a mirarme ni darme la posibilidad de hablar. No escampa. Me voy caminando, el panfleto ofertaba en promoción al dos por uno una crema capaz de solucionar todos los problemas de belleza.