lunes, 21 de febrero de 2011

Ella y su Whisky en la Mesa, a modo de Xilófago

(Sarahi Cardona)


Su vida a mi lado estaba llena de citas en cafés, leyendo juntos. Cenas con velas y vino. Mañanas con desayuno en la cama, que incluía un jugo exótico de matices que la deleitaban. En fin, yo le daba paz.

La conozco. Sé que le gustaba todo aquello, mas admito los motivos de su desilusión y su necesidad de nuevas emociones. Esa fue su búsqueda continua. La ansiedad la estaba enloqueciendo. Tal vez ni ella misma sabía lo que le hacía bien o no. Necesita el conflicto y después la paz. Buscaba lo imposible y después le venían las dudas y el insomnio. Así fue como lo conoció.

Él le daba todas las molestias y conflictos dables. Un mundo obsceno y deshonesto. La llevaba a cantinas fétidas; fumaban, tomaban whisky. La mantenía desvelada y lo único que le dio a cambio fue sexo. En esta ficción, las acciones no son buenas ni malas; son simplemente la vida que ella no definía, tan sólo apostaba.

Cuando vivía conmigo, se defendía, se pintaba las uñas, no fumaba, ni bebía. Con él andaba desaliñada, sucia y se abandonaba en un abismo. Sus cambios, sus dilemas, también coexistían con él y conmigo. Ambos fuimos sus piezas, sus fichas en un juego que ella no jugaba ni ganaba, tal vez se lastimaba. A ella no le gustaba la soledad.

Sus idas y venidas ya se me habían hecho cotidianas. Sabía que un día se escabullía en mis sábanas de seda blanca y uno distinto estaba con él en algún sofá. Ya no necesitaba maletas. Incesantemente volvía, infaliblemente se iba. No la imaginaba alguien decidida, sino débil que además no vigilaba sus deseos y necesidades.

Y hoy la estoy viendo desde una ventana, está en un café. Fuma, sus uñas están pintadas y se nota que su vestido es nuevo. Hay un whisky en la mesa —a modo de xilófago— además hay una maleta en el suelo.