(Sergio Tavel)
Un
día, hace ya muchos años, las personas despertaron una mañana y fueron al río a
recoger agua, pero lo encontraron vacío. Fueron al lago más cercano, pero sólo
quedaba un gran pozo de tierra seca. De las aldeas más cercanas, oyeron lo
mismo. Todos los ríos estaban secos, todos los lagos. Cuando se acercaron al
mar, sólo vieron tierra y arena que se extendía en el horizonte. Lo mismo
ocurrió en el resto del mundo. Nadie sabe qué fue lo que sucedió. Simplemente,
un día en que los vientos soplaron por horas, el agua desapareció.
Desde
el día en que los mares se secaron en el mundo, las personas recorren las
vastas hondonadas de tierra seca en barcos que flotan en el aire, acariciados por
la brisa y los vientos que emergen desde la tierra. Los veleros recorren los
ríos, los barcos mercantes surcan los océanos, las personas se zambullen y los
peces nadan; todos empujados por aquél soplo de viento que llegó a remplazar al
agua.
Nunca
supieron por qué pasó, o quizá ya lo olvidaron. Sólo están seguros de algo: Un día, hace ya muchos años, el viento y el agua decidieron cambiar de lugar. Quizá
fue aburrimiento o simple curiosidad, nadie puede afirmarlo. Es por eso que, si
uno mira a los cielos, verá un enorme océano en las alturas, dónde los pájaros
vuelan acariciados por las olas y la bruma.
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