(G.
Munckel Alfaro)
La pequeña casa absorbía
el fuego como queriendo guardarlo al interior de su corazón de madera. El fuego
parecía indomable, pero la pequeña casa lo fue apaciguando y reduciendo de a
poco, encerrándolo cada vez más. Pronto las llamas se vieron cómodamente
instaladas en el interior de la casa, que brillaba y humeaba de contenta.
Una vez adentro y más
tranquilo, el fuego avanzó hacia el escritorio y, tímidamente, saltó sobre la
mesa de trabajo. Se dedicó a revolver algunas cenizas, organizándolas y
acomodándolas en forma de libros y papeles sueltos. Cuando terminó de ordenar
el escritorio, el fuego —notablemente cansado— se dirigió hacia las cenizas
restantes, las dispuso en forma de manuscritos, que acarició adormecido. Poco a
poco, el fuego se dejó absorber por el sueño y se acomodó al interior del
cigarrillo que alguien olvidó apagar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario