lunes, 12 de noviembre de 2012

La siesta del fuego


(G. Munckel Alfaro)

La pequeña casa absorbía el fuego como queriendo guardarlo al interior de su corazón de madera. El fuego parecía indomable, pero la pequeña casa lo fue apaciguando y reduciendo de a poco, encerrándolo cada vez más. Pronto las llamas se vieron cómodamente instaladas en el interior de la casa, que brillaba y humeaba de contenta.

Una vez adentro y más tranquilo, el fuego avanzó hacia el escritorio y, tímidamente, saltó sobre la mesa de trabajo. Se dedicó a revolver algunas cenizas, organizándolas y acomodándolas en forma de libros y papeles sueltos. Cuando terminó de ordenar el escritorio, el fuego —notablemente cansado— se dirigió hacia las cenizas restantes, las dispuso en forma de manuscritos, que acarició adormecido. Poco a poco, el fuego se dejó absorber por el sueño y se acomodó al interior del cigarrillo que alguien olvidó apagar.

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